¿Cómo construimos nuestro futuro?

 

           Una muchacha resultada gravemente atacada por un grupo de jóvenes, distintos a lo que habitualmente escuchamos en las noticias. Provienen de familias acomodadas y con excelente educación. Por otro lado un hombre salva la vida de numerosas personas, totalmente desconocidas para él; como se trata de un trágico accidente carretero, en las inmediaciones de un puente que cruza un río, al lanzarse a las aguas, ese hombre salva de la vida de muchos pero no la suya. Se hunde, lamentablemente, bajo las aguas desde donde ha rescatado a completos extraños para él.

 

  ¿Qué induce a un individuo con “buena educación” a comportarse de manera tan salvaje y sin el menor remordimiento, en tanto que otro es capaz de entregar la propia vida para salvar a personas que jamás había conocido? ¿Qué es lo que hace la diferencia en las acciones humanas? Los seres humanos no somos criaturas aleatorias; todo lo que hacemos, lo realizamos por alguna razón. Probablemente no seamos conscientes de las razones, no obstante, detrás de toda conducta humana hay siempre una fuerza impulsora. Esta fuerza afecta a todos los aspectos de nuestra vida, desde amistades y finanzas, hasta nuestros cuerpos y cerebros. Y, entonces, ¿Qué es esa fuerza que te controla, incluso ahora, y que continuará controlándote durante el resto de tu vida? Pues, ¡se trata del dolor o sufrimiento y el placer o satisfacción! Todo aquello que hacemos, tú y yo, lo hacemos por la necesidad de evitar un sufrimiento, o por el deseo de obtener una satisfacción o placer.

 

Comprender y utilizar la potencialidad del dolor o sufrimiento y del placer o satisfacción es lo que te permitirá, definitivamente, generar las transformaciones y mejoras que siempre has anhelado, para ti misma y para aquellos que más te importan. No comprender esa potencialidad te condena a un futuro en el que vivirás en base a reacciones, como un animalito. Tal vez te parezca una simplificación exagerada, sin embargo, reflexiona por un momento: ¿Por qué no haces algunas de las cosas que sabes deberías hacer?

 

Piénsalo, ¿qué es la postergación? Esto se produce cuando uno sabe que debería hacer algo, a pesar de lo cual no lo hace. ¿Por qué? Sencillamente, porque en algún nivel de tu mente estás convencida/do de que emprender la acción, en este momento, sería más doloroso que aplazarla. No obstante, ¿has tenido alguna vez la experiencia de haber aplazado algo durante tanto tiempo que de repente sientes la presión de hacerlo de una vez? Si te ha ocurrido, ¿Qué crees que sucedió? Simplemente cambiaste lo que enlazaba el sufrimiento y el placer. De súbito, el no emprender la acción era más doloroso que seguir aplazándola. Es algo muy común, en nuestra sociedad chilena, que se experimenta hacia fines de marzo, de cada año.


¿Qué es lo que te impide aproximarte a ese hombre de tus sueños? ¿Qué te impide emprender ese nuevo proyecto acariciado por tanto tiempo? ¿Por qué sigues aplazando esa dieta? ¿Por qué evitas terminar de una vez con la tesis? ¿Por qué no has tomado el control de tus inversiones financieras? ¿Qué te impide hacer lo necesario para que tu vida sea exactamente como la habías imaginado?

 

La respuesta es sencilla. Aunque sabes que todas esas acciones serían beneficiosas, que podrían aportar placer a tu vida, no logras actuar sencillamente porque en ese momento asocias más sufrimiento a hacer lo necesario que a dejar pasar la oportunidad. Después de todo, ¿qué ocurriría si te acercaras a esa persona y fueras rechazada? ¿Y si intentaras empezar ese nuevo proyecto y fracasara? ¿Y si empiezas la nueva dieta, atraviesas por todo el sufrimiento que supone seguirla y luego terminas recuperando el sobrepeso que habías perdido tan trabajosamente? ¿Y si haces una inversión y pierdes tu dinero? Por lo tanto, ¿para qué intentarlo?

 

Para la mayoría, el temor a la pérdida es mucho mayor que el deseo de ganar. ¿Qué puede impulsarte más: impedir que alguien te robe el millón ganado en el último mes, o la posibilidad de ganar 1.000.000 en el mes siguiente? La verdad es que la mayoría de los individuos trabaja mucho más duramente para conservar lo que tienen que para aceptar los riesgos necesarios, para conseguir lo que desean realmente.

Cuando se debate acerca de estas dos fuerzas que nos impulsan surge a menudo una pregunta interesante: ¿por qué la gente puede experimentar sufrimiento y, sin embargo, negarse a cambiar? ¿Lo has pensado también? ¡Exacto! Porque todavía no ha experimentado el dolor suficiente, porque no ha llegado todavía a lo que se denomina “umbral emocional”. Si te has encontrado alguna vez en una relación destructiva y has tomado finalmente la decisión de usar tu poder personal, de emprender una acción y cambiar tu vida, probablemente lo has hecho porque alcanzaste un nivel de sufrimiento que no estabas dispuesta a seguir soportando. Cuál más cuál menos experimentamos esas ocasiones en que decimos: “¡Ya basta, se acabó, esto va a cambiar ahora mismo!”. Ése es precisamente el momento mágico en que el sufrimiento se convierte en nuestro aliado. Nos impulsa a emprender una nueva acción y a producir nuevos resultados. Nos sentimos más poderosamente impulsados a actuar si, en ese mismo momento, empezamos a vislumbrar cómo el cambio creará también un mayor placer y satisfacción para nuestra vida.


Y este proceso no está limitado a las relaciones. Probablemente hayas experimentado este umbral en cuanto a tu condición física; terminaste por sentirte hastiada debido a que no pudiste colocarte esas vestimentas adoradas, o te cansabas al un tramo de las escaleras del Metro. Finalmente, te dijiste: “¡Basta, se acabó!” y tomaste una decisión. ¿Qué motivó esa decisión? Exactamente, el deseo de eliminar el sufrimiento de tu vida y restablecer la satisfacción personal: el placer del orgullo, de la comodidad, de la autoestima, de vivir la vida tal y como la has diseñado tú misma.

 

Y hay muchos niveles de sufrimiento y placer. Por ejemplo, experimentar la sensación de una humillación es una forma bastante intensa de dolor emocional. Lo mismo sucede con el aburrimiento. Evidentemente, algunas sensaciones tienen menos intensidad, pero continúan representando un factor en la ecuación de la toma de decisiones. De igual forma, el placer también dice lo suyo en ese proceso. Gran parte de nuestros impulsos en la vida procede de haber anticipado que nuestras acciones nos conducirían hacia un futuro más prometedor; como por ejemplo, que el trabajo de hoy habrá valido la pena mañana, de que las recompensas del placer están cercanas. Sin embargo, también hay varios niveles de placer. Por ejemplo, el placer del éxtasis puede verse superado por el placer de la comodidad, a pesar de que la mayoría estemos de acuerdo en que el primero pueda ser más intenso. Todo depende de los intereses de la persona.

 

Supón que haces un alto en jornada de trabajo, para almorzar y caminas cerca de un parque o plaza donde se está interpretando una música de Mozart. ¿Te detendrás para escucharla? Esto dependerá, en primer lugar, del significado que asocies a la música clásica. Algunas personas serían capaces de dejar todo de lado con tal de escuchar los compases de la sinfonía Heroica; Para ellas, esta música equivale a un placer sublime. Para otras, no obstante, escuchar cualquier clase de música clásica puede ser tan poco emocionante como observar un árbol seco. Soportar esa música equivaldría a una forma de sufrimiento, por lo que apurarían el paso para regresar a su trabajo. Es posible que el dolor asociado a regresar tarde al trabajo supere el placer que obtendrían de escuchar las melodías favoritas. O tal vez, están convencidas de que disfrutar de cualquier música en plena jornada laboral no es más que un despilfarro de valioso tiempo, y el sufrimiento de hacer algo que consideran frívolo e inapropiado es mayor que el placer que podría aportarles la música. Nuestras vidas se ven cada día llenas de esta clase de negociaciones mentales. Nos encontramos sopesando constantemente nuestras acciones y el impacto que ejercen sobre nosotros.

Lecciones de vida...

 

¿Has escuchado hablar de Donald Trump? Se le conoce por su frase célebre: “¡Estás despedido!”. ¿Y a la Madre Teresa? La Madre Teresa de Calcuta, como se le conocía, se distinguió por su amor a los más desposeídos y su maravillosa obra benéfica hacia estas personas. Pues tanto Donald Trump como Sor Teresa se vieron impulsados por la misma fuerza que hemos comentado hasta ahora. Quizás pienses que esto es un disparate; cómo haber elegido dos personajes tan disímiles entre sí. Y ocurre que es totalmente cierto que sus valores esenciales son de extremos opuestos, pero ambos seres humanos se sintieron impulsados por el sufrimiento y el placer. Sus vidas se vieron configuradas por lo que aprendieron, en cuanto a obtener placer o satisfacción, y por lo que fue su aprendizaje en relación a lo crea el sufrimiento. ¿Qué podríamos aprender nosotros de estas dos vidas? Claro, la lección más importante que podemos aprender en la vida es qué crea el sufrimiento para nosotros, y qué nos produce placer. Tal lección es diferente para cada uno y en consecuencia, también lo son nuestros comportamientos.

 

¿Qué ha impulsado a Donald Trump a lo largo de su vida? Efectivamente, ha aprendido a obtener placer de tener los yates más ostentosos, de comprar los edificios más extravagantes, de celebrar los contratos de negocios más astutos; resumiendo: de acumular los juguetes más caros y mejores. ¿A qué aprendió a vincular sufrimiento? En las entrevistas que se le han hecho a Trump, ha revelado que el mayor sufrimiento en su vida lo asocia a ser el segundo mejor; esto equivale para él a un fracaso. De hecho, su mayor impulso por conseguir cosas procede de la compulsión por evitar el fracaso. Eso, para Trump, constituye una motivación muchísimo más poderosa que el deseo de obtener placer.

En contraste con Donald Trump, se encuentra el caso de Sor Teresa. Una mujer que estuvo tan profundamente preocupada por los demás que también sufría cuando veía el sufrimiento de otras personas. Legó a sentirse herida al ver tanta injusticia social en la India. Y descubrió que al emprender acciones para ayudar a esa gente, el sufrimiento de ellos se reducía y también el de ella misma. Para esta noble mujer, el significado definitivo de la vida podía encontrarse en uno de los barrios más pobres de Calcuta (la Ciudad de la Alegría), repleta al punto de estallar con millones de refugiados hambrientos y enfermos. Para la Madre Teresa, el placer podía consistir en caminar sobre el barro, la basura y suciedad, hasta las rodillas, para llegar hasta una miserable casita y cuidar a los niños que la habitaban, con sus pequeños cuerpos consumidos por el cólera y la disentería. Se sentía poderosamente impulsada por la sensación de que ayudar a los demás a salir de su miseria, aliviaba también su propio dolor, de que ayudarles a experimentar la vida de mejor manera (brindándoles algo de satisfacción), también le permitía a ella experimentar satisfacción personal.

 

Aunque la mayoría de nosotros tendríamos que hacer un esfuerzo considerable para vincular la sublime humildad de la Sor Teresa con el materialismo de Donald Trump, resulta esencial recordar que esos dos personajes configuraron sus destinos basándose en aquello a lo que asociaban el sufrimiento y el placer. Las circunstancias y su respectiva educación también jugaron un rol en sus elecciones, pero, en último término, tomaron decisiones conscientes respecto de lo que la recompensa o el castigo  representaba para ellos.


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